Por Elizabeth Lluna Martín (@comradelizabeth), activista madrileña transfemenina, (trans)feminista radical y comunista libertaria.
Verdaderamente parece que fuera necesario para nosotros destruir alguna otra cosa o persona de manera que no nos destruyamos nosotros mismos, para protegernos contra el impulso a la autodestrucción.
Sigmund Freud, Nuevas Conferencias de Introducción al Psicoanálisis.
Si pensamos en ello, podríamos fácilmente realizar la afirmación de que, a nosotras (y con este nosotras, y todos los nosotras posteriores en el texto, quiero referirme a las personas transfemeninas) nos ejecuta la sociedad. Nuestras muertes no son muertes escogidas (¿puede ninguna elección ser verdaderamente considerada como tal?), sino el producto del rechazo provocado por un sistema que nos constriñe y nos impide la existencia, nos impide tener vidas que valgan la pena vivir, por citar a la expresión tan usada por Judith Butler. Antes de examinar el verdadero significado de “vida que valga la pena vivir”, realizaré una afirmación (probablemente y para algunos sectores más controvertida de lo que pueda parecer a simple vista): las personas transfemeninas están especialmente atravesadas por los ejes del heteropatriarcado y sufren especialmente la opresión de no conformarse a los estándares de la matriz heterosexual, y este hecho es injusto.